domingo, 18 de septiembre de 2011

AFRICANOS, AFRODESCENDIENTES O LA SIMETRÍA HISTÓRICA Y CULTURAL

Por: Eugenio Nkogo Ondó

Al concluir la lectura del significante ensayo titulado “Desmitificando y prospectando de manera sistémica al movimiento afrocolombiano”, escrito por la reconocida pluma del profesor Carlos Manuel Zapata Carrascal, me he quedado tan absorto en esas reflexiones que coinciden ya no con mi modesta investigación sino con las de esas autoridades que nos enseñan a descubrir el abrazo fraternal o paternal que une a los africanos con sus descendientes afroamericanos.

Intentando evocar ese hecho histórico cultural, el ensayista demuestra sus dotes hermenéuticas y consagra unas páginas al análisis del fenómeno a partir de la comparación de ciertas tesis de la Síntesis sistemática de la filosofía africana con otras de La rebelión de los genes del insigne afrocolombiano Manuel Zapata Olivella. De su análisis salta a la vista la analogía entre los métodos a seguir para asumir y apreciar el acervo de los africanos y afrodescendientes, en las distintas etapas de su ser o estar-en-el-mundo. Si los falsificadores de la historia universal, atrapados por la barrera del dogma de la ignorancia, creyeron que “Lo que comprendemos en suma por África, es un mundo ahistórico”, como ingenuamente lo dirían Hegel y su escuela de idealistas absolutos, Afroamérica ha sufrido la misma suerte al otro lado del Atlántico. Si Hegel había sido calificado como un filósofo “con un fin político mal calculado, charlatán vulgar, sin espíritu, repugnante, ignorante.”, por Schopenhauer, fue precisamente porque, entre otras razones, su concepción del mundo y de la historia ni siquiera encajaba en el Occidente. Por eso, uno de nuestros historiadores realistas y contemporáneos afirmará, con razón suficiente, que “el hecho de que personas cultas que se llamen historiadores hayan escrito sin rechistar sandeces de este calibre, podría poner en duda el valor de la Historia como disciplina formadora del espíritu.”

En efecto, en lugar de la misma Historia, como ciencia por excelencia del hecho humano, es la incapacidad del historiador por no poder o no saber seguir la vía de la interpretación racional que exige su objeto. Anclado en la trasnochada teoría de que de la idea surgía todo cuanto existe, Hegel y la cohorte de sus partidarios hacían del mundo una realidad demasiado ficticia o ignorada. De ahí que su esfuerzo intelectual acabara en la curiosa invención de la historia universal, de la historia africana, afroamericana y la de todos los afrodescendientes.

De acuerdo con las investigaciones de la brillante Escuela de la filosofía de la historia africana, fundada por Cheikh Anta Diop a mediados del siglo XX, se sabe que África no ha sido sólo cuna de la humanidad, de su historia, sino también cuna de sistemas filosóficos, religiosos, literarios, políticos, etc., con lo cual se derrumba o se autodestruye cualquier concepción mitológica (me refiere a los falsos mitos) de la historia y del pensamiento en general.

Si el viejo colono se esforzó por confundir la historia africana con la historia del colonialismo, en el nuevo mundo confundió la historia afroamericana con la historia de la esclavitud, lo que, a estas alturas, constituye una aberración o una amnesia casi incurable. Frente a ella, quisiera evocar mi última experiencia en la universidad de Sevilla, el 1 de junio del año en curso, en el congreso sobre “África Emergente” en el que intervine con una ponencia que tuvo el título de “El pensamiento negro africano y horizonte del mañana”. Respetando siempre el margen limitado del tiempo que es habitual en tales ocasiones, tuvo lugar un interesante debate, en el que una de las asistentes requirió mi opinión sobre esas características negroides que sobresalen en las culturas antiguas de América del Sur, y mi respuesta, sin duda emotiva, me trajo a la memoria la imagen viva del ilustre profesor e investigador afroguayanés, el Dr. Ivan Van Sertima, a quien yo mismo tuve el honor de conocer en Washington D. C., el 10 de mayo de 1981, en una de la charlas organizadas por la Howard University. Empleando una terminología aristotélica, lo he calificado finalmente en la Síntesis como “la primera causa o el motor inmóvil” que impulsaba el movimiento que inspiraba “la revolución de la investigación de las culturas y civilizaciones africanas” en el continente americano. Tras recibir la noticia de su fallecimiento acaecido en la ciudad de Nueva York, el 25 de mayo de 2009, quise rendirle mi último y particular homenaje, en el que, en un breve artículo, que se publicó en dos medios digitales y se colgó en mi Web: www.eugenionkogo.es, diseñé las múltiples orientaciones de su obra, entre las cuales simbolizó “el eco del primer descubrimiento de América”. En esa línea, subraya, en una de sus investigaciones pioneras, que los habitantes del poderoso imperio Mandingo, el actual Malí, descubrieron América casi dos siglos antes que Colón. Entre 1310 y 1311, zarpan de sus costas sendas expediciones con “una flota de grandes barcos, bien equipados de agua y de alimentos” y abordan triunfalmente la Española (Haití y República Dominicana). Los aborígenes de la zona, los mismos Indios, dieron un especial testimonio del hecho al navegante español, asegurándole que “tenían trato comercial con los Negros que habían llegado ahí, que estos llevaban lanzas puntiagudas hechas de un metal que llamaban gua-nín.” Ciertamente, dicho término procede de lenguas mande del Oeste africano, a través de los Mandingo, Kabunga, Toronka, Kankanka, Bambara, Vai... En esta última, tenemos la forma ka-ni, cuya variante daría guanín. De ahí que en el diario de Colón “el oro aparece como coa-na y guanín como una isla donde abunda el oro”.

Ante semejante confusión, el erudito Fray Bartolomé de las Casas puso al margen esa anotación: “Este guanín no es una isla, sino el oro que, según los Indios, tiene muchísimo valor.” Como se observa, esa corrección no tuvo ninguna trascendencia dado que no sirvió para corregir el error de la historiografía posterior, en la que quedó escrito hasta la fecha que Guanahaní fue la primera isla del suelo americano que pisó Colón el 12 de octubre de 1492. Aunque él mismo la hubiera bautizado con el nombre de San Salvador, prevalece todavía la denominación anterior.

En dicha Isla, los Mandingo obtuvieron un rotundo éxito y continuaron su expansión hacia el norte de la costa de México, expansión que, como cabía esperar, será uno de los focos de gran interés para el investigador. De esta manera, en el extenso capítulo 6 de la misma obra, “Mandingo traders in medieval Mexico”, ha podido analizar, entre otros temas, los significados de ciertas expresiones o palabras bambaras y mexicanas. Por ejemplo, entre los Bambara, se designaba o se designa todavía con el término nama el culto mitológico al “hombre-lobo” (“were-wolf”), cuyos sacerdotes eran los nama-tigi o aman-tigi, que en México se convirtió o se convierte en el ritual al dios de la amanteca, etc. Once años más tarde, otro investigador , tomando el hilo de la cuestión, presentará un estudio pormenorizado tanto de la grafía como de la significación del oro en distintas culturas de África del oeste, en las que el vocablo específico reservado al preciado metal era casi el mismo: kane (para los Sarakole, Soninké y Gadsago); kani (para los Vai y Mende); kanie (para los Kissi); kanine (para los Kono); kanne (para los Peul). Incluyendo la sustitución de la k por la s, tendríamos: sâni (para los Mandinga y los Dyla); sano (para los Malinké); sanu (para los Khassonké y seni (para los Bambara). Tras este exhaustivo recorrido lingüístico, llega a la siguiente conclusión:
“El quanín que llevaron los Negros a la Española era una mezcla de oro más generalizada en el Oeste Africano, conocida con el mismo nombre y compuesta de idénticas proporciones de plata y de cobre. Hacia 1275, Al-Quazwini, refiriéndose al oro que se producía en esas tierras del África Occidental, en aquella época bajo el auspicio de la autoridad de Malí, escribió: “Ghana es el país de Oro, de oro deriva su nombre”. El quanín mencionado por los españoles es el plural de la transcripción arábico-bereber de ghana, que es ghanín.” Estos dos términos se conservan todavía en las lenguas vernáculas de esas regiones.

Rumbo hacia el sur, pasando por el Istmo de Darío (Panamá) y Colombia, hasta otras áreas centrales y costeras de Abis Yala, los Mandingo dejaron la huella imborrable de su cultura. Sus asentamientos proliferaron más allá de los años 1407 y 1425, lo que constituye una de las mejores pruebas de que estos fueron realmente los descendientes de los emigrantes de aquellos siglos en esas zonas. Lo expuesto hasta aquí nos pone de manifiesto que estamos ante un preámbulo del tratado de la Africanidad en el continente americano. No sólo la presencia negra en ese continente se remonta a la Edad Media, sino también a la era Antigua o A. C., cuyo testimonio se confirma en el capítulo 9, “African-Egyptian presences in ancient America”. Si nos percatamos de que el Egipto antiguo, Aithiopía o País de los Negros para los griegos, que en mis escritos aparece repetidamente como el Egipto de la Negritud y origen de la filosofía griega, cuyos tres grandes y largos imperios fueron gobernados por 25 dinastías de faraones negros, alguien intuirá fácilmente el poder intelectual y creativo que la herencia negra de la época esparció en ese subcontinente americano, donde es visible no sólo el arte piramidal sino también las estatuas egipcias. El que tenga la curiosidad de entrar de lleno en el estudio de las civilizaciones mayas, siguiendo la ruta de los hallazgos de la Antropología física, se topará con una serie de evidencias, que a cada paso le confirmarán que el 13, 5 % de los habitantes olmecas de Tlatilco eran negroides, que en el Cerro de las Mesas era de 4,5% en el período clásico. Por esa vía abierta por la paleontología humana, es obvio recordar la antigua presencia negra en algunas de las ciudades de la península de Yucatán., tal como la encontramos hoy en Calakmul; Yaxchilán; Piedras Negras; Palenque; Toniná; Copán; Quiriguá; etc.

Este breve esquema histórico nos propone emprender la ardua tarea que nos lleve al encuentro con nosotros mismos, con el fin de alcanzar un conocimiento más objetivo de lo que hemos sido, de lo que somos y, sin duda, de nuestra proyección hacia el futuro. No queremos negar ni olvidar la realidad de los hechos. De la misma manera que es necesario aceptar que el colonialismo y la esclavitud fueron hechos históricos, los más abominables de la humanidad, es preciso admitir que ni la historia africana ni la afroamericana pueden confundirse ni mucho menos identificarse sin más con la historia colonial y la historia de la esclavitud. Por el contrario, hemos aprendido de la verdadera historia, no de la falsa, que “El Negro empieza su carrera en América no como esclavo, sino como maestro” y que los restos arqueológicos de los Negros o Negroides hallados en México y en Guatemala en el período arcaico o preclásico “se extienden a Panamá, a Colombia, a Ecuador y a Perú.”

Apoyándonos en esos pilares que sostienen el edificio de la herencia cultural que construyó el Negro africano en América en la edad antigua, sólo haría falta echar una mirada retrospectiva al otro lado del océano Atlántico y del mar Mediterráneo. Se sabe que la sociedad del mundo clásico griego fue una típica sociedad esclavista, situación que Aristóteles defendió, en La política, en oposición a su maestro Platón. Se sabe que el Imperio romano, en su colonizador avance de la romanización, esclavizó a otras culturas. El término esclavo, tal como se ha usado hasta hoy viene de “eslavo”, por el hecho de que “los eslavos de la Europa occidental eran especialmente vendidos en la Edad Media. Hemos visto del mismo modo que los esclavos blancos estaban al servicio del Emperador de Malí.” Es una constante de la historia universal, el que cada civilización haya tenido que pasar por épocas horribles y gloriosas. Llegué a New York a principios de octubre de 1980 e inmediatamente me trasladé a Newark, capital del pequeño Estado de Delaware, y residí en casa de una ascendiente judía de la Alemania nazi hasta finales de enero de 1981, cuando abandoné la localidad para vivir en Washington D. C. La señora me narró un día en una de nuestras conversaciones la humillación del pueblo judío no sólo en Europa sino también en los Estados Unidos, donde pensaba sacudir rápidamente el yugo que lo uncía por el cuello... Si la historia de ninguna de esas culturas o civilizaciones que han sido esclavizadas durante siglos se ha identificado exclusivamente con esas etapas atroces, tampoco será posible confundir o identificar la historia afroamericana con la historia de la esclavitud, confundir o identificar la historia africana con la historia del colonialismo. Que el impacto producido por esos fenómenos en otras culturas desde los inicios de la era moderna haya hecho mella hasta el presente, no es motivo de que se erijan en la única causa motriz, a partir de la que habría que examinarlas indefinidamente.

Desde el umbral del siglo XX, el imperialismo se manifiesta de formas diversas y su único fin es el control y la dominación de los más débiles. En contra de su anhelo vehemente de absorber al mundo entero, en 1917, Vladimir Ilitch Oulianov, alias Lenine, escribe L´impérialisme stade suprême du capitalisme, essai de vulgarisation, y en 1965, Kwame Nkrumah publica, a su vez, Neocolonialismo, última etapa del imperialismo, que, por sus métodos, “es más peligroso que el colonialismo”... Estamos rodeados por todas partes, de un mismo, renovado y continuo proceso de alienación y de explotación del hombre por el hombre. Si el colonialismo tuvo sus defensores, hoy en día el neocolonialismo y el capitalismo, que se camuflan en la globalización, han creado ejércitos de partidarios en todos los órdenes: político, económico, militar y mediático, esparcidos por las cuatro esquinas del globo terráqueo...En los Estados Unidos de América, el Negro atrapado por el sistema del capitalismo totalitario o totalitarismo capitalista, objeto de estudio de mi obra L´humanité en face de l´impérialisme, no ha juzgado oportuno plantear en serio el tema de su auténtica liberación, ni descubrir su verdadera historia, sino lamentarse de su esclavitud.

En este caso está claro que no ha tenido interés en divulgar la investigación sobre la presencia de la civilización negra en el continente americano desde hacía milenios o siglos antes de la deshonra. En lugar de celebrar los aniversarios o centenarios del primer descubrimiento de América efectuado por los Negros, prefiere celebrar los de Cristóbal Colón. Ni siquiera ha querido prestar atención al dato revelador que le han servido en bandeja, por el que se demuestra que el nombre de California (Califurnam), Estado del Oeste americano, deriva de la palabra Mande Kalifa-nami, como lo ha demostrado Kofi Wangara, en el ensayo que ya hemos citado en la nota 7. En “Obama, Narmer o Menès de los Estados Unidos”, un artículo legible en mi Web, he explicado a los americanos que, de acuerdo con sus raíces africanas, el actual inquilino de la Casa Blanca, el presidente Obama, es un fang keniata, que su nombre, que significa gavilán, es tan típico entre los Fang. Así, por ejemplo, podríamos recordar a Jean Hilaire Obama, antiguo ministro gabonés de Asuntos Exteriores, durante el régimen de León Mbá, a Paulin Nguema Obama, un filósofo contemporáneo, de la misma nacionalidad, a Antonio Obama Ndong, actual viceministro de Defensa Nacional de la Guinea Ecuatorial, a Ildefonso Obama, arzobispo de Malabo, etc. Es obvio que la noticia no ha sido motivo de interés para los Negros americanos. Desde el mes de marzo de 2007 hasta la fecha, hace más de cuatro años, la reedición de la Síntesis sistemática de la filosofía africana obra en poder de la Library of the African Studies, Nortwestern University Library, Evanston, Illinois, pero a pesar de la insistencia del Dr. Adolfo Obiang Bikó, uno de los intelectuales y políticos de la oposición al actual régimen dictatorial de la Guinea Ecuatorial, en que era urgente su traducción al inglés, dado que debería ser una lectura de referencia en todas la universidades del mundo, su título ha pasado totalmente desapercibido entre los intelectuales negros de América del Norte. Es evidente que la alienación de los negros norteamericanos no ha favorecido su reencuentro con África ni con la problemática de sus habitantes. En este sentido, es preciso traer a la memoria un suceso de singular relevancia, a través del cual descubriremos que los esclavos liberados, guiados por la Sociedad norteamericana de colonización, hacia 1822, emprendieron el camino de regreso a África, creando en 1847 el Estado de Liberia, cuya capital recuerda el nombre del presidente Monroe. En lugar de velar por la liberación de sus hermanos, transplantaron en el nuevo país el sistema esclavista que ellos mismos habían sufrido, cuyo resultado fue la inauguración del duro y vergonzoso “colonialismo negro” en el seno de la tierra madre, protegido lógicamente por todos los gobiernos americanos.

De forma reciente, cualquier observador, aunque fuera el menos crítico, dará testimonio del hecho de que Colin Powell y Condoleeza Rice, habiendo formado parte del equipo de G. Bush y habiendo practicado la política reaccionaria del Partido Republicano, se convirtieron en los grandes defensores del neocolonialismo americano en África. Del mismo modo, Obama, aunque reconociendo su ascendencia keniata, al participar activamente en la guerra que Francia ha desencadenado contra Libia, causando un gran número de bajas civiles entre las cuales se encuentran las de las poblaciones negras del sur, y confiscar los fondos que Muhamar El Gadafi había destinado a la puesta en marcha de diversos proyectos africanos, ha perjudicado a toda África más que ningún otro presidente estadounidense. Empleando toda la artillería de la OTAN en la guerra de Libia, Francia ha provocado simultáneamente otro conflicto de dimensiones incalculables y destrutivas para toda África, logrando fácilmente el apoyo incondicional de Obama y de todo el Occidente para que la ONUCI secundara la intervención militar de las fuerzas francesas de la Licorne en el golpe de Estado electoral que ha impuesto a Alassane Ouattara, que perdió las elecciones del 28 de noviembre de 2010, en la presidencia de la República de Costa de Marfil, por ser uno de los mejores defensores de los intereses occidentales en la superexplotada Françafrique.

Teniendo en cuenta los trucos de la nueva forma de dominación, llámese neocolonialismo, capitalismo, neoliberalismo o globalización, es urgente denunciar no sólo su acción en sí misma, sino también la de sus adeptos, encargados de justificarla en los medios de comunicación, es preciso vituperar a todos estos que se apiñan en formar parte de esa órbita de satélites, a los que J.-P. Sartre tachaba de intelectuales falsos o vendidos, quienes, so pretexto de criticar el sistema establecido, se declaran partícipes de sus postulados y de sus métodos de opresión a la humanidad. Me es grato reconocer que este puente de comunicación fluida y permanente, que acaba de ser inaugurado entre los hermanos afrodescendientes colombianos y yo, nos ha brindado la mejor oportunidad para profundizar en esa herencia que nos funde en un abrazo fraterno y nos advierte del riesgo que habría que correr si nos viéramos influidos por la desazón del doble juego de los jefes políticos “proclives a la permanencia del régimen y de los trasfondos económicos externos” o de los que se dejan caer fácilmente en la tentación de prestar “tan poca atención a la investigación académica e histórica que permita desmitificar acontecimientos y verdades impuestas”, como lo puntualiza Carlos Manuel Zapata. Por supuesto, el intento de reproducir la dialéctica sofística de Sedar Senghor en lugar de participar en el ideal revolucionario del panafricanismo de Kwame Nkrumah, una confrontación que nos recuerda el ensayista, sería dar al traste con el esfuerzo inicial y los objetivos esenciales propuestos por el movimiento afrocolombiado o afroamericano en general. Sólo quisiera añadir aquí que el camino a seguir en la desmitificación de “acontecimientos y verdades impuestas” es largo, no empieza en la Edad Moderna, cuando se produce la esclavitud, sino en las Edades Antigua y Medieval, cuyas huellas abundantes han caído en manos de excelentes hermeneutas, que han sido capaces de proyectar un rayo de luz sobre ellos.

A propósito de la interesante sugerencia de Carlos Manuel Zapata Carrascal, quisiera detenerme brevemente en el vocablo ORIKA que, según me comenta, es el “nombre de la hija del héroe cimarrón, nuestro Benkos Bioho, de quien Manuel Zapata Olivella en La rebelión de los genes dice provenía de un pueblo africano cerca de la desembocadura del río Niger, y Orica u Orico denominación de una legendaria jefatura indígena habitante de una región baja del río Sinú, donde se encuentra localizada Lorica, de la cual parece depender el nombre de la ciudad.” Desde esa pista trazada por el recordado y reconocido escritor Zapata Olivella, es posible considerar un par de hipótesis que nos permitirían viajar a la república de Nigeria, con el fin de aterrizar en medio de los enclaves suroeste y sureste, habitáculos de las inmensas y dinámicas culturas de los Yoruba y de los Ibo, respectivamente. Se sabe que estos últimos, extendiéndose en las proximidades de las orillas del río Niger, poseían una estructura “ultra-democrática que favorecía la iniciativa individual, en la que la unidad socio-político era el pueblo, como lo encontramos en el resto de las civilizaciones africanas. Este es el fundamento de lo ha sido reconocido generalmente como la democracia tradicional africana. De la fuente del saber de esa herencia cultural beberá sin saciar el Dr. Nnamdi Azikiwe, quien habiendo nacido en Zungeru, cursó sus primeros estudios en Onitsha, y posteriormente en las universidades de Lincoln y Pensylvannia, en USA, donde permaneció durante nueve años. De regreso, tras haber ejercido tantos cargos de alto rango político, accedió a la Jefatura del Estado Federal, en la proclamación de la independencia del país en 1963. Otra mirada retrospectiva al entorno, nos revela que los Ibo se agrupaban bajo los auspicios de una misma divinidad o del jefe de linaje que ostentaba el título de Okpara. Aunque estaban esparcidos en distintas áreas, sin embargo, conservaban estrechos vínculos de integración, tales como la “exogamia, los mercados principales, cuyas vías de acceso hacen objeto de trabajos colectivos y anuales, los cultos comunes como el del gran oráculo choukou, en Aro-Choukou, y el oráculo de Agballa en Awka, donde los adeptos, herreros itinerantes, hacían una propaganda muy activa.” Es probable que una pequeña transformación fonética de Aro-choukou diera Aro-kou, que estaría cerca de Orica u Orico, de donde derivaría Lorica. Esa primera hipótesis no descartaría la segunda, esta procedería de otra orilla, de parte de los Yoruba, quienes, partiendo de la adoración a Olorun u Olodumare, el ser Supremo, denominan Ori al espíritu protector que vela por el destino de cada individuo, como se observa en “La visión cósmica de los Yoruba”, apartado 5, de la Tercera Parte de la Síntesis. Una eventual evocación a esa intercesión de Ori podría quizás estar en el origen de Orica u Orico...

En última instancia, con o sin la deseada verificación de esas hipótesis, siempre prevalecerá ese vínculo indubitable de la simetría histórica y cultural que une al continente africano no sólo con los afrodescendientes del otro lado del Atlántico, sino también con los de otros continentes.
León, 25 de agosto de 2011.

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