Bogotá, 26 de septiembre de 2010
Marianne Ponsford
Directora
Revista Arcadia
Marianne,
He leído con curiosidad frustrada el texto escrito en la Revista Arcadia, “la presencia de los invisibles” de Manuel Kalmanovitz González a propósito de la biblioteca de literatura afrocolombiana, lanzada al público en la pasada Feria del Libro de Bogotá.
Desconcierta encontrar en una revista de la calidad de Arcadia, un escrito que ridiculiza los beneficios simbólicos obtenidos por grupos sociales minorizados, gracias a iniciativas estatales que responden a reclamos históricos de larga data. La puesta en circulación de una colección de escritores afrocolombianos, tradicionalmente invisibilizados, no concluye las historias de negación y exclusión, pero sí constituye una herramienta poderosa para actuar en torno al reconocimiento e inclusión social.
La colección posee un innegable valor simbólico y literario, que el autor no reconoce por su condición de producto del Ministerio de Cultura, es decir, por ser impura, contaminada de vicios propios de las instituciones burocráticas. Esta exigencia ecologicista de pureza, nueva para mí en Colombia, nunca se le pide a otras iniciativas editoriales de la misma naturaleza. ¿No es función del Estado rescatar, hacer visibles y públicos los plurales valores culturales de la nación?
Aunque el autor anuncia que quiere diferenciar cuestiones estéticas, históricas, académicas, políticas y burocráticas, en realidad descalifica la colección de escritores afrocolombianos. Lo hace a partir de frases deshilvanadas, en las cuales pone en el mismo nivel reflexiones que pueden separarse de manera heurística como el contenido de los libros, la selección de autores, la calidad de los escritos, la pertinencia de la publicación, las estrategias de difusión y las fuentes de financiación.
Haré cuatro reflexiones que espero nos ayuden ―uso el plural de manera deliberada― en el aprendizaje del difícil arte de matizar afirmaciones y de analizar de manera más fina las preguntas que nos plantea el multiculturalismo en Colombia.
Inicio por lo que más me impactó del texto, constatar una vez más cuán arraigado es el sentimiento de sabernos extraños e ignorarnos los unos a los otros. Ello queda evidente en cómo el autor construye un lugar de enunciación, un “nosotros” que lo incluye y que está conformado por los blanco-mestizos eurodescendientes, herederos de la razón occidental, verdaderos colombianos, integrados a la nación, guardianes de la cultura nacional. Al lado de este “nosotros” el autor fabrica un “ellos”: los afrocolombianos, retóricos, invisibilizados, auto-invisibilizados,lanzamiento víctimas oscuras necesitadas de reflectores burocráticos, pseudo invisibilizados que reproducen jerarquías dentro de la invisibilidad, desconocedores de los retos que impone la cultura nacional hegemónica hoy. Para el autor estos afrocolombianos traicionan la lealtad a la nación cuando dialogan con marginados de otros países, en contraste con los blanco-mestizos que sí pueden tener elementos en común con gentes de otras partes del mundo sin dejar de encarnar la nación.
Lo segundo que encuentro debatible en el artículo, que parecería que no pasó por un consejo editorial, es el negar que el Estado y sus funcionarios sean agentes del cambio social y cultural. El poder simbólico y real del Estado es innegable. En Colombia centenares de ciudadanos confían en las propuestas materiales e inmateriales que hacen a la sociedad el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, el Ministerio de Cultura, la Universidad Nacional de Colombia y sus sedes, la Biblioteca Luis Ángel Arango y sus filiales. Podemos criticar hasta la saciedad a estas instituciones, pero el mercado, globalizado, regido por los medios masivos de comunicación, no reemplaza el poder simbólico y real del Estado y de sus instituciones.
En tercer lugar, me llama la atención que el comentarista cultural ignore el fenómeno de la invisibilidad que considera etérea y retórica. La práctica de la invisibilidad hacia los autores afrocolombianos ha existido,existe y existirá mientras permanezcan incuestionados los racismos y las imperceptibles prácticas de discriminación racial. Mucho de lo anterior ha tenido su origen en la negación de la literatura oral y de lo testimonial por parte de las élites letradas y de la academia. Estas literaturas al no responder a los modelos eurocéntricos dignos de ser parte del canon, no son considerados géneros, ni formas literarias valiosas. De esa manera se han acallado voces discordantes, escondido nuevas estéticas, negado la existencia de otras cosmogonías, desterrado saberes, impedido el conocimiento de otras formas de ver la existencia y, en consecuencia, han retardado la ampliación del canon literario a la hora de clasificar una producción como parte de la literatura nacional.
El racismo de Estado ha permitido que esto ocurra. Por esa misma razón le corresponde romper con esta asimetría, y emprender acciones para el posicionamiento simbólico de las narrativas literarias negras. En esa tarea pueden participar otros actores no estatales.
Por ejemplo, ustedes como revista cultural-literaria de vanguardia.
El cuarto aspecto que subrayo es el desconocimiento que tiene el autor acerca de la existencia de la Cátedra de Estudios Afrocolombianos desde la Ley 70 de 1993 y los avatares que ha sufrido para potenciar los procesos de interculturalidad en el país.
Después de 17 años está demostrado lo difícil que ha sido poner en marcha esta Cátedra y la inmensa dificultad de influenciar los pensum de los colegios para incorporar los legados afrocolombianos al sistema educativo en Colombia. En suma, la propuesta del autor sobre pensum es desatinada e ignora los procesos y acciones colectivas que tienen lugar para hacer realidad la Cátedra de Estudios Afrocolombianos. El comentarista debería preguntase más bien, ¿por qué la resistencia del sistema educativo a influenciarse por los legados afro?
En cuanto a una de las estrategias de circulación de esta colección, entiendo que el Ministerio de Educación hará talleres con maestros y estudiantes de varias regiones del país para dialogar acerca de la importancia de esta caja de 5 kilos de libros.
Confío en que los competentes funcionarios del Ministerio de Educación, harán una excelente labor y no incurrirán en el error de presentar esta colección como ejemplo de una literatura particular, sino como un trabajo literario que amplía y redefine las fronteras de lo que es la literatura colombiana.
Para terminar, me hubiese agradado que el comentarista cultural, anotara algo más acerca de las ausencias en el componente político con el cual se seleccionaron los autores de la colección. Si bien nos recuerda que “hay escritores de la costa Atlántica ―los especialistas hablamos de Costa Caribe―, la Pacífica y de San Andrés y Providencia. Como escogiendo uno o dos invisibles por región y no dejando ninguna de lado”, hubiese añadido: “no obstante el pluralismo que impregna la colección, sorprende la escasa representación de mujeres escritoras y poetas en la caja, a las que sabemos invisibles por partida doble”. Una afirmación a este respecto hubiese sido importante.
La dirección y el consejo editorial de la prestigiosa Revista Arcadia, debería analizar con más detalle lo ocurrido con este artículo. Resulta muy fácil para un comentarista cultural emitir juicios de valor sobre procesos complejos de largo aliento histórico, que tienen que ver con la tensa relación entre el Estado y los grupos sociales minorizados. Estos análisis apresurados son recibidos como verdades irrefutables por élites letradas, que leen revistas legitimadas y formadoras de opinión pública como ustedes. Una vez más se confirma que los temas que tocan a los grupos étnico-racializados negros o indígenas, no están sujetos al debido análisis y valoración profesional que otros temas similares sí parecen merecer. A juzgar por la calidad del escrito ya referenciado opinar sin argumentos sólidos sobre poblaciones negras en Colombia genera poca vergüenza intelectual o social.
Claudia Mosquera Rosero-Labbé
Profesora Asociada- Investigadora Centro de Estudios Sociales – CES
Directora del Grupo de Investigación sobre Igualdad Racial, Diferencia Cultura, Conflictos Ambientales y Racismos en las Américas Negras- Idcarán.
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
C. C. Manuel Kalmanovitz González. Crítico cultural de la Revista Arcadia
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