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-Entrevista con Alfredo Vanín uno de los escritores más sobresalientes del Pacífico colombiano. Luego de recibir su galardón ‘Doctor Honoris Causa en poesía y literatura’, habló sobre los aportes y retos que las comunidades afro vivencian en el suroccidente colombiano.
Por: Cristian Méndez, Jonnathan Riascos, Vanessa Delgado | Especial para El País Miércoles, Febrero 1, 2012
El poeta del Pacífico, de la magia y el encanto de los manglares, la selva y su gente; un hombre sensible, sencillo y de sonrisa tímida, así es el maestro Alfredo Vanín Romero.
Sus respuestas nos llevan al corazón de una comunidad que precisa oídos, pero sobretodo conciencia. Él hace un breve recorrido sobre la historia afrocolombiana, para explicar el importante aporte económico y cultural que han otorgado al país, pese a su desvalorización.
El suroccidente colombiano tiene una alta población étnica afro, pero según el maestro, todos, llevamos algo de África.
¿Cómo cree usted que los hombres y mujeres de ascendencia afrocolombiana inciden en la construcción de ciudad?
Esa pregunta se responde apelando a la historia. La diáspora africana en América es de obligada referencia para entender la formación de nuestros países. Sin la presencia afro, el perfil cultural y económico hubiera sido otro. Pero la historia nos muestra como los rasgos culturales de América se van definiendo a partir de estas situaciones históricas, en las que la presencia afro es muy interesante y muy importante, porque enmarcan para siempre la evolución de nuestros entornos, de nuestras sociedades.
¿Qué características inyectan las comunidades afro a las ciudades?
Como no, fijémonos que hasta genéticamente. ¿Creer que no hay presencia genética en Bogotá o en Popayán o en el eje Cafetero? En todos los sitios donde hubo esta interacción se da esa presencia. A veces ha sido absorbida a tal punto de no reconocerse, pero está.
La impronta más importante siempre será la cultural en cuanto ella es la que nos hace ser como somos y definirnos como nos definimos, aunque el problema es que se niega esa impronta cultural. Pero si se hace un examen a las músicas se va a encontrar que el bambuco, incluso su nombre es una palabra africana, es una creación afro e indígena.
La manera en que asumimos la gastronomía también en muchos platos tiene ese origen afro, pero el modo de ser social, religioso, político, también está influenciado por lo afro.
Además hay un vocabulario extenso de palabras que usamos, como ganga, como candonga que son banduismos o africanismos y que definen ese rasgo bien importante de la vida de un pueblo o de una ciudad y que es el habla.
Ahora la distribución de las ciudades, de las casas en las zonas urbanas donde la esclavización fue muy fuerte, necesariamente también ha influido. Las construcciones tenían atrás un patio, un lugar para la servidumbre, en el caso de Popayán para sus esclavizados.
¿Cuáles son esas improntas que se niegan?
Claro, la huella del trabajo del esclavizado está en cada una de las paredes blancas de Popayán o en Las Murallas de Cartagena. El país ha perdido mucho invisibilizando unos elementos, unos aportes culturales que son tan ciertos y forman parte de nuestra personalidad como país.
Tanto la víctima sufre la discriminación, como el país ha perdido la capacidad de reconocerse. Pero lo que está ocurriendo es peor, está en boga ahora una creciente oleada de desvalorización, de un racismo más sutil pero no menos efectivo y eso hace mucho daño en una sociedad tan conflictiva como la nuestra.
Ahora si nosotros, como dice Zapata Olivella, atendiéramos a ciertos elementos filosóficos que aportó la diáspora africana como el Muntu, donde todos somos parte de la naturaleza, de una integración y no podemos matar impunemente. Lo mismo con las cosmovisiones indígenas. Creo que si reconociéramos esos orígenes, les pusiéramos muchas más atención y visibilizáramos eso que está por dentro de la concepción de nuestra vida, sería mucho más fácil articular nuestra sociedades, formar país y quitarnos esta esquizofrenia asesina que padecemos.
Cuando a las comunidades afro se les reivindica o se les reconoce, muchas veces se hace desde una mirada folklorista. ¿Eso es cierto y hasta dónde se invisibilizan otros aspectos?
Si esa mirada folklorista se origina en el hecho de que para poder justificar el avasallamiento y el etnocidio cometido contra los afrodescendientes y los pueblos indígenas a menudo hay que desvalorizarlos, tranquilizar las conciencias en torno a la mayor hecatombe humana que se ha producido: 50 millones de hombres y mujeres arrancados de África. Entonces la esclavitud fue una especie de cárcel donde los derechos no existían, eras un objeto, una pieza, no eras nadie y de allí que la palabra ‘negro’ esté cargada de un connotación colonial despreciativa. Nadie en África se llamaba negro, se llamaban Guantus o Yoropos, en fin.
Entonces toda esta lucha que llevamos por dentro hay que hacerla permanentemente, descolonizarnos para poder ser tratados de igual a igual con las diferencias de cualquier otra persona del mundo. Esa es una de las tareas urgentes que hay que realizar.
Ahora esa folklorización quiere decir que todavía son niños, menores de edad, y esa es la mirada que siempre se ha tenido, – ay qué bonito los negros bailando-, son unos niños que no pueden expresarse de otra manera o de pronto pateando un balón.
Tenemos ya un cuerpo de escritores afrocolombianos importantes en las bibliotecas y en la música no solamente la llamada folklórica sino en música sinfónica también tenemos.
Ahora yo pienso que cualquier abordaje del estudio cultural sobre expresiones culturales como la música y la misma tradición oral, se deben hacer no como una manera folklórica o buscando un sustrato folklórico, sino como una propuesta estética que subyace allí y que viene de diferentes lugares del mundo. Viene de los africanos, viene de los relatos de caballería y de la picaresca española y tiene elementos indígenas de América.
Cabe reconocer que la literatura en las letras de la música y también la danza, son unas maneras complejas de expresión de las comunidades afro.
Como no, y no es algo específicamente folklórico sino que está reviviendo muchos de los elementos de la historia. Yo alguna vez afirmé que la imaginación de un pueblo trabaja con los elementos de su historia. Si, en esa danza hay una expresión de esa historia, hay una recuperación del pasado que se está abriendo una puerta al futuro. Decodificar estos símbolos es lo que tenemos que hacer en lugar de reducirlo todo a un ‘baile de negros’ o a una mera expresión folklórica.
¿Qué es lo que las comunidades afro están problematizando con el objetivo de solucionar?
Lo más importante políticamente es la igualdad de oportunidades, pero por otro lado en las zonas rurales, el problema del territorio frente al conflicto está muy grave. El territorio se ha vuelto ingobernable frente al conflicto y eso es muy coincidencial en los territorios de comunidades afrocolombianas, indígenas, de los territorios colectivos.
Y segundo, la riqueza biológica y biogenética de este país está fundamentalmente en la amazonia y en las selvas del pacífico, entonces la autodeterminación de nuestros pueblos está en riesgo.
¿Cómo sería una manera de integrar y reconocer respetuosamente a las comunidades afro en ciudades como Popayán?
Cuando yo logré reconocer y respetar como igual a ese otro que está allí en todas sus facultades, no como un menor de edad que necesita ser protegido, sino como alguien autónomo que necesita ser escuchado.
Eso implica una descolonización. Primero entender que el país es de todos, que todos hemos contribuido a crearlo desde distintos mundos; y en segundo lugar, descolonizarse significa también que el mundo no se designe desde lo euro-céntrico o lo andino, sino a través de todas las expresiones.
La palabra integración tiene muchos filos porque integración puede ser homogeneizante y no se trata de eso, sino de destruir elementos culturales valiosos, sino dejarlos evolucionar en sus entornos propios o en los entornos nuevos, pero que vayan evolucionando de acuerdo a las mismas necesidades de ese pueblo.
Un poeta africano decía “el día que un hombre sea definido más por el color de sus ojos que por el color de su piel, estamos entendiendo al otro”. Cuando trabajamos una política de reconocimiento, parto diciendo ese hombre del Pacífico: negro, indígena, mestizo o blanco, es importante por la cultura que ha hecho, pero no empiece diciendo este negro del pacífico, parece sencillo pero hay una gran diferencia porque estoy empezando a definir a partir de una pigmentación que no marca diferencias culturales absolutas sino físicas.
Además la humanidad surgió de África, el Homo Sapiens se formó allá y se dispersó por el resto del mundo. Una razón más para decir: ¡todos somos afro descendientes!
¿A qué se debe que haya población afro en las ciudades interandinas?
El proceso de colonización de las haciendas trajo la mano de obra esclavizada, inicialmente para la ganadería y la agricultura y la servidumbre, pero al descubrirse el potencial de oro en el pacífico es cuando empieza el trabajo de minería, pero esto es más tardío.
¿Y en la historia más actual?
El desplazamiento actual es forzado para poder preservar la vida y dicho ciclo migratorio de la gente del Pacífico ha sido muy amplio. Ahora en el Valle del Patía, en el Norte del Cauca la presencia afro obedece a que allí hubo Palenques o hubo asentamientos ganaderos de los españoles y eso hace muy interesante la presencia de los afros en las zonas interandinas.
Los caleños dicen que actualmente se les llenó de negros la ciudad y eso no es cierto. Katerinn Romo, una investigadora, dice que en el siglo XVIII era mayoría la presencia de afros y sobretodo libres porque la esclavitud es una institución golpeada desde muy temprano por la rebeldía.
En el caso de Popayán desde luego la necesidad de centros de educación y la búsqueda de fuentes de empleo, jalona esa presencia. Lo mismo en Bogotá el desplazamiento desde luego ha sido enorme. Entonces, el actual desplazamiento ha contribuido a engrosar la presencia, pero siempre estuvimos.
¿Cómo ve la convivencia entre la población afro en la ciudad y de las comunidades afro con el resto de ciudadanos?
Sigue siendo una relación problemática en el sentido en que el negro llega como un agregado, no permite que se de una convivencia, siempre se le mira con recelo y eso va creando un pequeño gueto. Entonces la respuesta del afro es formar palenques, metafóricamente estoy diciendo – tengo que apalencarme para poder hacer frente a la discriminación–.
Muchas veces ciertas capas populares van sintiendo cierto recelo cuando llega mano de obra de afuera. Este fenómeno es universal, entran en competencia y las situaciones racistas se vuelven ya intolerables.
Pienso que es esa misma estructura colonial con que se construyó el país, donde había una pirámide y usted estaba en la última planta y de allí no podía salir, la que no contribuye a terminar esta colonización sino que la refuerza de manera más simbólica.
A veces se escucha la expresión que la discriminación no existe, que lo que existe es una defensiva por parte de la comunidad afro.
Esa defensiva de pronto es una respuesta, pero la discriminación existe y es nacional, es mundial. Existe una discriminación, que si bien no es real en el sentido tangible, es simbólica y esa es muy dura. Es decir, uno no siempre encuentra la expresión concreta para evidenciarla pero está allí. Cauca tiene una costa poblada, el Valle del Patía y el Norte, poblado de afros y su presencia en las directivas es muy baja y no porque no haya, ese un resultado muy concreto.
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