martes, 16 de octubre de 2012

MI PELO ES BUENO, LO MALO ES EL RACISMO. COLOMBIA.

Fuente: http://www.eltermometro.co/index.php/opinion/item/2914-mi-pelo-es-bueno-lo-malo-es-el-racismo

Por: Eudes Toncel Rosado





Mis radicales amigas brasileras, con sus campañas contra el racismo en Brasilia, me han suscitado un debate sobre ciertas formas de la discriminación por raza que nosotros hemos naturalizado en nuestro contexto nacional.

Se trata de un debate localizado sobre la idea de criticar la producción estética de ciertos estereotipos de belleza que ponen a las mujeres de pelo apreta’o, ñongo, malo, 8.888, es decir… Ni liso, ni europeo, ni rubio, ni blanco, ni hegemónico, en el espectro de la fealdad, lo horroroso, lo menos simpático. Es entonces cuando se desencadena un proceso de estiramiento del pelo que sintetiza una idea sobre el racismo estructural, minimizando los impactos de otras formas más agresivas de discriminación.

Una retahíla larga para decir lo que alguna vez escuché de una manera más simple: “estas negras tiene las ideas alisadas igual que el pelo”
Algunas cosas que decimos, en su dimensión política de discurso, expresan el estereotipo en su máxima expresión; esas cosas que decimos están impregnadas de un claro carácter subjetivo, y en ellas se exhibe nuestra percepción sobre las expresiones estéticas de los otros.

En esa fuente inagotable de prejuicios y preconceptos me baño y debato cuando veo mi mundo. Pensando sobre todo en ese rezago histórico que los tiempos nos han ido dejando en forma de racismo. Un racismo que practicamos de una forma tan estructural que aquí, por lo menos en esta realidad socialmente compartida por los colombianos, los mismos negros -siendo éste el caso que me compete- no sabemos de dónde viene y hacia dónde va la discriminación.

Una forma de discriminación con el propio cuerpo, practican algunas mujeres que en atención a ese modelo hegemónico… que todo lo estira; hacen intervenciones en su pelo, para tenerlo liso y largo, con volumen, brillante, bla, bla bla. Son cantidades de químico, discurriendo por un montón de cabezas, estirando todo a su paso.
El alizer, por ejemplo, así como en la bucólica vida de los pueblos colombianos es llamado. Es una de las formas estéticas de afirmar, en nuestro propio cuerpo una negación por la diversificación racial en la que vivimos, por como la naturaleza nos hizo. Justamente en este sentido me temo pecar de esencialista, porque a mi modo de ver la belleza no expresa nada, y creo que la gente puede sentirse incómoda con la forma cómo es, intervenirse, transformarse, reinventarse.

Para tal caso, apelo a otra cosa: una estructura de poder naturalizada, impuesta por los medios de televisión nacionales y las estéticas del poder político, en las que la imagen de la negra arribista viene revestida de todo lo que somos: un “bollo perfumado” con los mejores atavíos de los dominantes.

Peor aún, ataviados con un modelo de belleza que pone lo blanco en su escala racial proporcional, y lo negro corriendo tras ese ideal pseudo-hedonista de querer una cosa que no nace en el corazón, más que en la televisión.

Por la manifestación política del color de la piel, negra, siendo éste el caso, se pueden generar reacciones de elemental exclusión; el presidente Barack Obama, negro como es, no compensa con su ascenso político los miles de “niggas” presos en las cárceles de los Estados Unidos. Es una cuestión de estadísticas y no de afectos.

Tal vez porque la resaca amarga de la historia nos ha ido dejando un tremendo tufo sobre lo que definimos en teoría como malo y oscuro. Hemos venido a adoptar los modelos estéticos de los dominantes y por más incluyente que uno se imagine, el modelo europeo-centrista de definición del mundo ha venido a preponderar lo blanco para definir la belleza, lo sublime y lo divino. ¿Cómo era que decía Gramsci? Somos más que lo somos y menos lo que decimos, una vaina así.
¡Divino!


Cuando yo era chiquito, una de mis primas, negra como yo, se atormentaba con la sola opción de que le peinaran el pelo. El ritual de esas peinadas, que la mayor parte de las veces, eran realizadas para hacerle complejos tejidos de pelo en la cabeza que nosotros llamamos trenzas. Todo esto era motivo de risas entre sus amiguitas que para reírse utilizaban un campo de enunciación bien particular que desde niña, claro está, ella fue amando con odio: blancas, lisas, fáciles de peinar.
Las trenzas son un código cultural que el tutifruti multiculturalista ve como una huella de lo que se define como negro. Nacido en África, recreado en América y Afrocolombianos es la definición discursiva en la que hemos ido a parar todos los niches, que el estado define en términos de Consejos Comunitarios o periferia de la ciudad.
En la periferia de esa producción estética definida como “negra”, con todo el bling bling que cada quién quiere tener está el fetiche por las armas y la producción de los cuerpos, las estéticas producidas por la Europa rubia, de pelos largos y alisados, lo padecen las negras.
En las cercanías de mi pueblo, existe un pequeño corregimiento que tiene fama de tener las mujeres más ñongas del mundo. No de mi departamento, del mundo. Nuestra insensibilidad con el tema es tal, que hemos creado mecanismos de todo orden para fomentar la baja autoestima en las personas que no tiene el pelo del modo “occidental”, por decirlo de alguna manera.
En Colombia, para los medios de televisión hemos generado a medias, el debate para que las cuatro o cinco actrices negras híper-alisadas que tiene la televisión, actúen en papeles que no develen lo que para todos es una realidad en la vida cotidiana: las empleadas domésticas de la base de la escala social.
Este y otros debates me recuerdan aquel viejo chiste del sentido común que para las ñongas hay un pico y placa auditado por la lluvia, esa agua que cae de los cielos y nos moja a todos por igual, clasifica –según algunos- a las que escurren su pelo hacia abajo y otras de otras expresiones capilares diversas que siguen orbitando por los cielos amenazando con sacar ojos. En esto hemos sido tan aguzados que hasta características mortales le hemos otorgado a algo que como la lluvia, nos toca de igual forma a todos.
Para no seguir gravitando sobre debates que son tan míos, como condición de posibilidad; dejó el mensaje que mis amigas brasilienses me han ido dejando en la cabeza: los pelos de todas las formas son buenos, el racismo es lo que está mal… el problema es que la mayoría de los negros, en nuestra extrema naturalización, hemos terminado aprendiéndonos el trabalenguas al contrario: como sí el racismo fuera bueno y lo malo es el pelo.




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