Por: Alberto S. Barrow N.*
Una cosa en que probablemente todos podamos convenir al iniciar la lectura de este artículo de opinión es que su título no deja buen sabor de boca. ¿Una dosis de perversidad? ¿Acaso cinismo? ¿Ironía?
Pero el título, tan malogrado como bien pudiera resultar al final del día, es probable que sirva el propósito de poner en controversial perspectiva una situación de ocurrencia cotidiana en Panamá, a la cual buena parte de la sociedad no le ha prestado, hasta ahora, la atención que su gravedad amerita. Salvo por algunas voces persistentes, a muchos les viene más cómodo mirar para otro lado, cuando se señala que la Policía Nacional muestra una particular actuación ante ciertos sectores y grupos sociales, sin que con esto se desconozca que, en general, el conjunto de la sociedad panameña suele tener razones para cuestionar el tratamiento que en ocasiones recibe de los llamados agentes del orden público.
El tema de la conducta policial ante determinados sectores y grupos sociales es uno que se debate en distintas latitudes, y desde hace ya bastante tiempo. Justamente, en estos días, se ha conocido de la muerte de un joven afroamericano, que fue impactado por el disparo de un vigilante privado, caucásico. El hecho ha concitado una gran atención mediática y avivado en Estados Unidos el debate racial, uno que a mi juicio nunca se ha cerrado, con todo y la asunción a la Casa Blanca del Presidente Barak Obama, el primer americano de tez negra en ocupar el cargo. En poco menos de un mes, un hecho acaecido en una pequeña localidad del Estado de La Florida ha alcanzado dimensión nacional y ha generado numerosas manifestaciones, en varias ciudades de EE.UU., de parte de las grandes minorías de ese país, que se han ex1presado en contra de la discriminación que el caso ha puesto en evidencia.
Trayvon Martin, de 17 años, salió de casa el sábado 26 de febrero en la noche para comprar algo de comer. Cuando retornaba a su hogar, George Zimmerman, el precitado guardia de seguridad, advirtió su presencia en el camino, y llamó por radio a la policía identificando al joven como un negro “muy sospechoso”, que parecía que “iba drogado o algo”, encapuchado y caminando en medio de la lluvia. Después, se acercó a él y lo mató de un tiro. En defensa propia, afirmaría luego de los hechos. Zimmerman fue dejado en libertad por la policía, aun cuando está confeso, y no le acompaña ningún elemento objetivo que justifique su conducta.
Trayvon Martin era negro y operó en su contra el perfilamiento racial, un fenómeno social que hace rato dejó de ser exclusivo, si es que alguna vez lo fue, de la sociedad norteamericana. En el caso de América Latina, el tema viene mereciendo una mirada, cada vez más cercana, del sistema de Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así como otras instancias internacionales.
Acá, en casa, Panamá, el perfilamiento racial ha estado presente, desde tiempos inveterados. Y tiende a agravarse. Baste que hoy día se le pregunte a los jóvenes negros de nuestros barrios populares e, inclusive, de algunos sectores medios, con qué frecuencia son interpelados en las calles, sin ningún motivo, al menos aparente, por agentes de la Policía Nacional. ¿A cuántos se les maltrata, humilla, y exhibe ante el público, sin que hayan cometido acto contrario a la ley o falta alguna? Selectivamente, se les detiene en las calles, cuando no en las propias cercanías de sus casas, por la misma razón que en Sandford, esa pequeña localidad de La Florida, Trayvon Martin perdió la vida: Su condición racial; se les presume “sospechosos”.
Que no somos Estados Unidos. Desde luego que no. Tampoco somos París, Londres ni Río de Janeiro, apenas para mencionar otras disimilitudes. ¿Pero, qué tan distinto es el perfilamiento racial en Panamá con respecto a otras sociedades que acusan este problema?
Me late que mientras en Panamá no hagamos conciencia del fenómeno, como sociedad, es probable que podamos asirnos del título que cuelga sobre este texto y sentirnos algo tranquilos: Afortunadamente, acá no los matan.
Personalmente, me sigo interrogando, tanto más que al inicio, ¿No sería eso una perversa, cínica e infortunada ironía?
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*El autor es abogado.
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