Por: Nicolás Ramón Contreras Hernández.
Las primeras horas del día 21 de mayo de este sábado del año 2012, en el cual se cumplen 160 años de la decretada abolición de la esclavitud, durante mi monitoreo habitual de medios vendedores de noticias y expositores de opiniones y estudios en versión digital, me llevó a dos artículos que me llamaron la atención y me causaron preocupación, por el enfoque de las ideas expuestas por dos personas en quienes reconozco bastante información y manejo conceptual sobre el tema de la afrocolombianidad y las acciones afirmativas, como Daniel Mera Villamizar – miembro de la Fundación el Color de Colombia- y Moisés Medrano Bohórquez, reconocido como experto en la temática.
Se trata respectivamente de los artículos, Colombia 2032: el sueño afrocolombiano- publicado en El Espectador y en El Tiempo- y En Busca de la memoria Afrodescendiente – palabras a propósito de la fecha en El Tiempo- un texto de corte elegíaco dedicado en gran parte al escritor Arnoldo Palacio. Lo preocupante de los textos obedece a que su enfoque, se halla todavía prisionero de cierta lógica de una afrocolombianidad que se agota en el pigmento, la supremacía de una región – en este caso el Pacífico- y el biotipo, dejando por fuera muchos aspectos medulares, como por ejemplo, la posición del escritor frente a un discurso de supremacía eurocéntrica que lo niega, denigra y cosifica como conjunto étnico o racialización, en el músculo, la música y otros estereotipos consustanciales al proyecto de mestizaje blanqueador común en el llamado mundo “latino” de los países al sur del Río Bravo.
Denota – el escrito de Mera- una suerte de nuevo Garveyismo a la colombiana, bastante cercano en el fondo al credo del Réspice Polum de Marco Fidel Suarez, hermanado con la posición Uribista/Santista de un desarrollismo fundado en los TLC – versión afrocolombianos/afroamericanos- donde lo central siguen siendo las relaciones de tutelaje con el vecino imperial del norte, como requisito para salir de la pobreza y el subdesarrollo.
La diferencia entonces, entre esta suerte de nueva utopía, con relación al ideario original de Marcus Garvey, el predicador del paraíso en la patria africana idealizada - cantada por Aimé Cesaire en su obra Cuaderno de Retorno al País Natal – radica en que este edén se desplaza hacia el sueño americano de los empresarios y congresistas de la bancada afroamericana y los proyectos desarrollistas, casi siempre en pugna con el ambiente y la propiedad colectiva, como los propuestos en su momento por otro pensador del pacífico seguidor del andinocentrismo Lamarckiano, Sofonías Yacup (Múnera 2005/Arocha 2008).
Afirma Mera Villamizar en su artículo: Aquella mañana del sábado 24 de julio del año 2032, la directora de noticias en televisión, Klarem Valoyes, y el niño más inquieto de segundo primaria de la Normal Superior de Barbacoas, Nariño, sabían que tendrían un día importante [...] El niño, alumno de pre-orquesta de Batuta, tenía, a sus 7 años, una decisión difícil: violín o clarinete, porque no quería la guitarra o la percusión de sus compañeritos. La periodista debía estar a las 12 del día en el Monumento a Padilla en el Park Way, de Bogotá, para la ofrenda anual al héroe naval. Allí se encontraría con el almirante Orobio, los generales Mena y Quiñones […] Desde hacía 10 años, el informe de Estado de la población afrocolombiana se presentaba el 24 de julio. Solía asistir una parte significativa del liderazgo nacional, pero esta vez irían todos, comenzando por el presidente de la República, porque había una pareja de quilates invitada: el expresidente Obama y su esposa Michelle.
El planteamiento de Mera Villamizar además de caer en los lugares comunes asignados a las personas negras por el establecimiento como “opciones ideales de movilidad social”, es decir, el mundo del espectáculo – shwobizz para estar a tono con su anglofilia del Park Way- el rol de músico, deportista o la carrera de las armas, denota una rara forma de afrocolombianidad excluyente y hegemónica, donde al Caribe se le reconoce en personajes ideales del pasado como el Almirante Padilla, el negro Robles o Manuel Zapata Olivella, pero cuando se trata del presente, a los actuales se nos mira por encima del hombro o se nos desacredita en los debates, con el argumento de la falta de pureza étnica: ¿Por qué el almirante o la presentadora del 2032 no podrían ser por ejemplo de apellido Salas, Márquez, Contreras, Obeso, Martínez, Atencia, Padilla; o los generales Cassiani o Pacheco Terán?
Sorprende que el señor Mera Villamizar, en pleno apogeo de la integración Sur/Sur, con tendencias que apuntan hacia una segunda independencia de Europa y USA, mediante el impulso de bloques regionales como Alba, Unasur, Banco del Sur, estrategias generadas por gobernantes zambos, indígenas y con una mirada puesta en la reivindicación de las etnias, incluso con ministerios de descolonización, persista en soñarnos en el papel de rendirles cuentas a USA como si fuéramos la nueva estrella de la bandera invasora que usurpa a Puerto Rico, representada en un personajes como Barak Hussein Obama, la más viva encarnación del Karomanty contemporáneo – como la mayoría de la bancada afroamericana:
¿No es acaso el primer mandatorio de rasgos afroamericanos en ocupar la Casa Blanca y en llave con la OTAN, la cabeza de la invasión al país soberano de Libia, con argumentos mediáticos similares a los empleados en la fallida invasión de Bahía Cochinos? ¿Acaso no son todos ellos gestores de una conversión de la Corte Penal Internacional, en el más nefasto esperpento de justicia racista y colonial de doble rasero, peor o igual que el modelo de Pretoria que encarceló a Mandela, o al campo de concentración sionista en la Franja de Gaza o la justicia de doble rasero que oprime a los mapuches en Chile con leyes discriminatorias de la época de Pinochet? ¿Será que Mera tan documentado, desconoce la diferencia entre el cimarronaje como posición ideológica y el paradigma antitético de los karomanties, desarrollado por Juan de Dios Mosquera?
Más aún: ¿Acaso desconoce Mera que los proyectos madereros, mineros y pesqueros, no son los mismos que han impulsado la desgracias de organizaciones de campesinos afrocolombianos – como la ACIA y la ACABA - concretada con actores paramilitares, enemigos mortales de la propiedad colectiva y generadores del desplazamiento de 4 millones de colombianos? ¿No es precisamente el modelo de desarrollo especulativo y depredador del ambiente el que llevó a la quiebra a USA, a toda la zona Euro y mantiene la acampada en la Puerta del Sol en España? ¿Se puede lograr el desarrollo integral de un pueblo discriminado como el nuestro, con modelos y conceptos educativos colonialistas altamente discriminatorios y hegemónicos que han permeado incluso a la etnoeducación?
La fe de Mera Villamizar en el TLC de la bancada y los empresarios afroamericanos, al estilo del BM y el BIC, centrados en formas de emprendimiento basadas en el individualismo, la microempresa y no en las formas de optimización de las economías solidaria y resolución de conflictos de los pueblos afrocolombianos en el Caribe y en el Pacífico, basadas en la equivalencia y la solidaridad (Arocha y Tovar 2008) y de Moisés Medrano en un afrocentrismo donde el pigmento del autor y la hegemonía del Pacífico lo definen todo, son sólo comparables en cuanto analogías, con la conclusión a que llega Daniel Coronell, con relación al manejo amañado de las pruebas del supercomputador mágico de Raúl Reyes por el procurador Ordoñez con el ánimo de perjudicar a Piedad Córdoba: un verdadero acto de fe.
Medrano Bohórquez por ejemplo, en la búsqueda de la memoria afrocolombiana, según él encarnada y exaltada en la obra de Arnoldo Palacios, Las Estrellas son Negras, empapado del hegemonismo afrocolombiano del Pacífico y tal vez sin haber leído a fondo tanto la novela de Arnoldo Palacio como la obra de Manuel Zapata Olivella, Tierra Mojada que data de 1941 – versión mejorada de Arroz Amargo (Atencia y Verbel 2007 NP) – se tira la siguiente perla:
Se trataba del escritor chocoano Arnoldo Palacios, un hombre que llegó a Europa en 1949, gracias a una beca para estudiar en la Sorbona de París, y publicó la inmortal novela Las estrellas son negras […] Fue la primera novela escrita -antes de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y la Tejedora de coronas, de Germán Espinosa- en la que un autor afro retrata a los afrodescendientes fuera del papel de sirvientes y con un tono bastante alejado del sometimiento intelectual de la esclavitud. En ella se descubre la región del Chocó y una forma de hablar clara sobre el racismo.
Precisamente en un texto titulado Andinocentrismo, Salvajismo y Afroreparaciones por Jaime Arocha Rodríguez y Lina del Mar Moreno Tovar en el año 2008, la crítica que se le hace a Arnoldo Palacios por su novela tiene que ver con una representación de los porteños de Quibdó en cuanto a que: Pasando a los habitantes del puerto nos hallamos ante apreciaciones que, del mismo modo, podrían nutrir con creces los imaginarios de quienes se aferran a la idea de que los climas cálidos albergan y producen seres inferiores [… ] Las representaciones que Palacios hace de la gente negra abundan en suciedad, harapos, enfermedad, ignorancia, desnutrición, mocos, moscas y ratas. Sin embargo, lo contrario opera con respecto a la caracterización de los blancos, sean ellos extranjeros o nacionales […]
La crítica fuerte planteada a Arnoldo Palacios, a través de su personaje central Isrra, por Arocha y Moreno, tiene que ver con el uso colonial del mestizaje blanqueador que hace Palacios, en estos términos: […] nuestra inquietud no sólo por la naturalidad con la cual Palacios asumió el mestizaje para la salvación de Irra sino también por la manera como cualifica sus efectos apelando a nociones de orden y bienestar, para luego de reiterar el dogma de la bestialización de la gente negra […] ¿Pero cómo describe Arnoldo Palacio la dicotomía humana racialiasta de tal forma que suscita esta crítica en Arocha y Moreno? En el texto de referencia de la reedición del Mincultura para el año 1998 se pueden leer descripciones como estas relacionadas con la persona negra y su entorno:
¿Por qué no empleaban en algo su tiempo esos mugrosos, perezosos? ¡Negligentes! Deberían estar cortando leña y cultivando plátanos. En las vegas del Atrato y sus afluentes el arroz se producía en abundancia. Por lo menos deberían sembrar arroz. Negros indolentes […] Por qué los sirios y los antioqueños eran ricos? ¿Acaso todo mundo no tenía metido en la cabeza que el Chocó padecía una miseria terrible y que no circulaba dinero? Entonces ¿por qué éstos se enriquecían y sus negocios prosperaban, con enormes ganancias?… ¡A ver! ¿Qué chocoano tiene plata?… ¿eh?… […] La evidencia contrastada en esta crítica con lo que Medrano Bohórquez afirma en la cita de arriba, sobre una supuesta exaltación de la persona negra en la novela de Arnoldo Palacio, en cuanto escritura de pensamiento descolonizado se cae de su pedestal.
Entonces no es cierto como afirma Medrano que dicha novela, sea la primera en donde, un autor afro retrata a los afrodescendientes fuera del papel de sirvientes y con un tono bastante alejado del sometimiento intelectual de la esclavitud. En contraste en la lectura de Tierra Mojada, que data de 1941 el marco de la historia, basado por cierto en hechos reales acaecidos en el Bajo Sinú, cuando el surgimiento de la Liga Campesina, conformada y gestada por los descendientes de los arrochelados del Bajo Sinú - los afrozenúes y blancos de la tierra con todas sus mezclas bioculturales entre sí - es donde se puede apreciar una mirada descolonizada y digna de la persona negra y de lo popular con sus diversas plurietnicidades.
El impacto de esta creación de Zapata Olivella, aunque novela rural, es que no sólo recupera la memoria de un hecho organizativo protagonizado por los hijos de los arrochelados, que dio lugar a la ANUC como hito organizativo comunal en Colombia, sino que en ella se plantea una historia de superación personal, en donde no sólo se trata de un héroe afrocolombiano liderando a zambos y demás arquetipos del mestizaje como el profesor Olivares, Paco Zarante o Asael Montes, sino en un arquetipo ganador que precede a Pambelé en el músculo, hasta llegar a otros campos donde la invisibilidad del racismo académico se niega a reconocernos:
Tiene que ver con otros roles desarrollados por científicos de las dos costas como Raúl Cuero y Mabel Torres del Pacífico destacando en las Ciencias Naturales; o los hermanos Regalado Barrios de Moñitos – Córdoba- con su descendiente Gaspar Barrios, en el Caribe, destacando en el derecho y la medicina en Montería, Brasil y Méjico y que tienen un antecedente hurtado por la ideología colonial en la persona de José Celestino Mutis, se trata del Negro Pío en Armero Tolima, descubridor de la cura del mal de rabia con el guaco (Melo 1984) y no son los únicos casos.
Estas pequeñas evidencia de la gama de complejidades mal manejadas por los centrismos y cuadrículas del pensamiento colonial imbricados en algunos intelectuales del país, nos indican que en Colombia y en muchos países la no superación de los niveles de reflexión por ejemplo, dejados para la posteridad por Manuel Zapata Olivella en la Rebelión de los Genes (1998), Franz Fanon en Pieles Negras, Máscaras Blancas (1952) o Nancy Morejón en Nación y Mestizaje en la Obra de Nicolás Guillén, deben servirnos para anticipar muchos nuevos intentos de la USAID y sus demás dependencias, por vendernos una afrocolombianidad centrada en el pigmento, los hegemonismos divisionistas y losmodelos envenenados de desarrollismo, que tanto daño le han hecho antes del TLC, a las comunidades afrocolombianas e indígenas bajo titulación colectiva en el Baudó, Atrato y Montes de María, entre otros.
No olvidar que el problema racial o étnico, es un respiradero del modelo capitalista y su lucha de clases, paradigma económico hoy en grave crisis de fondo, del cual en nuestro caso, no podemos obviar la superación de centrismos y la búsqueda de alianzas Sur/Sur, empezando por casa, como la gran alianza social que intenta en Lorica el profesor Carlos Zapata y su organización OAREL, en el cual se invita a los ambientalistas, a los resguardos indígenas y demás organizaciones de base, hacia un gran frente social, donde lo étnico conlleve a unas conquistas sociales y educativas, tendientes a revisar discursos, formas de gobernar, formas de hacer política y formas de vivir y hacer la escuela.
El centrismo hegemónico y pigmentario, basado en la Zona Pacífica y el Palenque de San Basilio, no sólo ha sido nocivo para el desarrollo de un tramo de la historia y las Ciencias Sociales del Caribe, sino de Colombia y de América, porque en ese afán con tintes de farándula académica y turística, se han invisbilizado importantes filones de estudio, como San José de Uré o Santander de la Cruz en Córdoba, San Onofre y las Pitas en Tolú Sucre, Santa Cruz de Mazinga en Magdalena o Juan y Medio y Río Hacha en Guajira: los censos poblacionales en Córdoba y Guajira han arrojado como realidad, que a diferencia de lo que se dice en los manuales turísticos sobre Zenúes y Wayuu, en la realidad se está presentando no sólo un desconocmiento, sino también un desprecio por las mayorías que se reconocieron afrodescendientes y necesitan de procesos de acompañamiento respetuosos.
Este acompañamiento respetuoso, implica superar el centralismo académico del modelo colonial aún vigente en su esencia eurocéntrica, en nuestro caso pacífico y palenquero, por otra concepción donde se profundice en las diversidades de regiones y subregiones que nos señalan puntos comunes, pero ricas diversidades en la forma de ser y sentir la afrocolombianidad dentro del proyecto de nación pluriétnica que aún no despega del todo, en un modleo etnoeducativo basado en la investigación y la concertación escuela/comunidad y capaz de superar la dictadura de la pereza del estatista texto guía. Ese acompañamiento respetuoso, debe recuperar en su integralidad el proyecto global de vida, no como un espacio anecdótico para “rescatar el pasado”, sino para poseer el presente en presente continuo, descolonizando en forma permanente nuestro pensamiento.
Sólo el pueblo salva al pueblo, sólo entre pares afectados por las diferentes formas de colonialismos y coloniajes, es posible encontrar soluciones reales, que nos ayuden a superar un modelo responsable de muchas de nuestras debacles económicas, ambientales, morales, culturales y ciudadanas, como por ejemplo, el tipo de relaciones internacionales como el que se da con las bases militares que terminan por implementar molestos esquemas discrminatorios de valoración de la ciudadanía, de tal manera que cualquier marine o mercenario – “contratista”- termina teniendo más derechos y valor en nuestro país, que cualquier colombiano y por extensión afrocolombiano.
De igual manera resulta fatal que al píe del artículo de Moisés Medrano Bohórquez El Tiempo se invente un espacio de opinión con el título Abierto debate si cuotas para comunidades negras promueven el racismo, lo cual es nocivo ya que últimamente por razones personales y amistosas, personalidades como Daniel Samper Pizano y Héctor Abad Facio Lince, se encargaron de desinformar a la comunidad sobre el etma, tomando partido por la causa de una funcionaria de la Universidad de Cartagena, que pretendía aprovechar acciones reparativas en detrimento de etnoeducadoras con trayectoria como Rudelcy Cimarra Obeso: en ese caso, sería loable que le dieran con esos menesteres, una columna permanente a Bohórquez y Mera, para que ilustren en un tema que dominan con mucha solvencia.
Nicolás Ramón Contreras Hernández.
CC.92.226.628 de Tolú. Ciudadano Afrodescendiente independentista de la Región Caribe en la República de Colombia. RED INDEPENDENTISTA DEL CARIBE-. OBSERVATORIO INDEPENDIENTE DE MEDIOS
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