domingo, 3 de julio de 2011

JOE (ARROYO) DE ALEGRÍAS Y TRISTEZAS



Por Humberto Mendieta

En la cuarta semana de diciembre de 1989, días después de la invasión a Panamá, esperábamos sentados con el fotógrafo Tino Choperena en la sala del apartamento de Joe Arroyo en Villa Santos. Hacíamos tiempo para que nos atendiera con el fin de hablar de un tema diferente a la música.
Uno de sus tantos hermanos, que viajaba con frecuencia entre Cartagena y ese país por asuntos comerciales, había muerto por una mala hora en la sangrienta toma. Joe estaba inconsolable. No salió de su cuarto.
Fueron tres horas de espera que nos sirvió para conversar con otros familiares y nutrir nuestro doloroso reportaje de los colombianos fallecidos en esa dura Navidad panameña.

Menos de un año después, con el mismo Tino, estábamos en la Policía, al lado del tanque de Las Delicias. Allí estaba Joe, indignado y adolorido. Alguien, de manera infame, había vinculado su nombre a un hecho que el artista rechazó y además sobre el que probó no tener ningún vínculo. El Comandante en Barranquilla solo lo había llamado para conversar y comunicarle el miserable rumor que circulaba, e inclusive, al que las autoridades no le daban crédito. Éramos cinco personas en esa oficina, incluyéndolo a él.

Ante todos, Joe lloró de rabia por la calumnia.
Entre esos dos hechos tristes de muchos que probablemente ha tenido nuestro gran músico en su vida, ocurrió uno memorable. Mejor dicho, supermemorable. Fue en el Carnaval del 90, cuando Joe recibió el Súper Congo de Oro. Un premio creado especialmente para él, pero que nadie nunca vio ni catalogó como acomodado. Al contrario, los músicos, un gremio quisquilloso y envidioso en muchos casos, le dieron su sagrada y exigente bendición. Quedó ratificado así, el Joe, como una joven gloria viviente de la música colombiana. En ese momento tenía 34 años.
Era la época del Festival de Orquestas en el Coliseo Cubierto, un sitio que gozó siempre de la bien ganada mala fama de tener pésima acústica, pero en donde el inolvidable Festival de ese tiempo marcó varias generaciones de barranquilleros. La carencia del sonido se compensaba con el mágico encanto de los cálidos lunes de carnaval encerrados en esa mole de cemento de techo incierto y construida para los deportes, pero usada para todo y ahora abandonada a su suerte por la ciudad desagradecida.

Allí se gozó de lo que los expertos llaman una constelación. Bueno, en una sola tarde estaban Celia Cruz, óscar De León, La Dimensión Latina, La Billos, Lucho Bermúdez, Pacho Galán, Los Melódicos y Juan Piña, entre muchos.
Por supuesto interpretó el clásico Tania, y además dos números de su último LP. Eran las siete y diez, medio Coliseo estaba oscuro cuando comenzó su tanda que arrancó con la magistral introducción de dos golpes de trompeta de La noche, y siguió con
A mi Dios todo le debo. De ahí en adelante no se sabe cuánto tiempo pasó hasta el final. Eso hace 21 años, todavía no había libro ni serie de televisión. Así que lo que está ocurriendo con él, ahora, no es coyuntural, ha sido sembrado durante 40 años.

Quienes tuvimos la oportunidad de estar allí recordamos esa fecha como una de las históricas del Festival, al que los últimos tiempos no le hacen gracia, salvo contadas excepciones. Y es cierto, las comparaciones son odiosas.
Esa noche el jurado explicó en diez razones por qué le entregó el Súper Congo a Joe Arroyo. Bastaba una, pero el artista ya era tan grande que le dieron 10.

Por Humberto Mendieta
humberme@yahoo.com

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