Fuente: http://diario.elmercurio.com/2010/04/25/artes_y_letras/_portada/noticias/F262C406-B581-4F65-94BF-48D0757751D3.htm?id={F262C406-B581-4F65-94BF-48D0757751D3}
Por: Evelyn Erlij
Hacia el año 1777, la población de Santiago estaba compuesta en un 19 por ciento por personas definidas como "negras" según los censos. ¿Qué ocurrió con la población africana y sus descendientes en el país? Esta y muchas otras interrogantes sobre la historia de esta minoría son planteadas en el libro "Huellas de África en América", compilado por la historiadora Celia L. Cussen.
Poco suele hablarse de la presencia de africanos y afrodescendientes en Chile cuando se enseña el período de la Colonia en las escuelas. Siguiendo las afirmaciones de Diego Barros Arana, la típica mención que se hace es que no se adaptaron al clima chileno y que, por lo tanto, el número que llegó a partir del siglo XVI al país fue escaso, a pesar de que las cifras indican que en el siglo XVII, el 25 por ciento de la población de Santiago fue descrita como "morena", "parda" o "mulata" en sus partidas de bautismo.
Sin embargo, esa tajante explicación no sólo se convirtió en la versión oficial en los colegios, sino además hizo que las generaciones posteriores de historiadores no le prestasen mayor importancia al tema de las minorías de origen africano, tanto esclavas como libres. Si bien "Guillermo Feliú Cruz, Rolando Mellafe y Gonzalo Vial habían examinado aspectos de la trata, las normativas y la abolición de la esclavitud, muy pocos habían extendido esas exploraciones iniciales", escribe la historiadora Celia L. Cussen en el prólogo de "Huellas de África en América: Perspectivas para Chile". Una obra que compila una serie de novedosas ponencias presentadas en 2007 en un coloquio en la Universidad de Chile.
El inédito encuentro -donde expusieron algunos de los investigadores más connotados en la materia, como el reconocido historiador estadounidense Herbert S. Klein y Carmen Bernand, profesora de la Universidad París-oeste Nanterre- fue el primer acercamiento formal a nivel de academia en Chile al tema de la presencia de africanos, lo que permitió la apertura de un campo de investigación hasta ahora muy poco explorado, aun cuando Chile tiene el mérito de haber sido uno de los países pioneros en la abolición de la esclavitud en 1823.
Un pasado desconocido
"La historia de los africanos y sus descendientes en América es un tema bastante estudiado en gran parte del continente", comenta Cussen, en referencia a Estados Unidos y Brasil. "Diferente es el caso de algunos lugares de América española continental, como México, Perú, Argentina y Chile, donde sólo en los últimos 10 ó 20 años ha surgido un interés en la historia largamente olvidada e incluso negada de la esclavitud negra y sus consecuencias y aportes".
-En el caso chileno, parecen quedar pocas huellas visibles de la presencia africana.
"La esclavitud africana en Chile es bastante poco conocida, pero su presencia está absolutamente documentada en los archivos, donde muchos chilenos coloniales, y no sólo los más prósperos, contaban con uno o más esclavos entre sus bienes al momento de testar. Incluso los negros que lograban salir de la esclavitud invertían en esclavos para sus pequeños talleres artesanales. Las cifras son indesmentibles: el censo del Obispado de Santiago de 1777-78 constata que el 12 por ciento de la población entre Copiapó y el Maule eran descendientes de africanos, algunos esclavos, otros libres. En Santiago en esa fecha, la proporción de negros se eleva al 19 por ciento. Pero como Jean-Paul Zúñiga constata en el libro, en su artículo "Huellas de una ausencia", las proporciones de negros bajaban rápidamente incluso en la misma época colonial, un fenómeno que él llama la 'estrepitosa desaparición' de la presencia negra en Chile".
-¿Cómo podría entenderse ese fenómeno?
"La explicación es compleja, pero parece estar relacionada con que los negros lograban acceder con relativa facilidad a la manumisión, cuando sus amos les concedían la libertad por gracia, o cuando lograban comprar su propia libertad y luego la de sus parientes, uno por uno. Entonces, los hijos de los negros libres pasaban a integrar otros segmentos de la sociedad a través del matrimonio, debido a que en el mundo católico estaba asegurada la libre elección de cónyuge. Lo que sorprende en el caso de Chile es la frecuencia con la cual los descendientes de africanos se casaban con mestizos e incluso criollos y españoles. Estamos en presencia de una sociedad colonial bastante abierta en términos sociales, que aceptaba al africano con más facilidad de la que hoy en día se acepta los inmigrantes andinos".
Olvido de la historia
"Una vez libre, el afroamericano jugó un papel mucho más importante en las sociedades latinoamericanas que en las colonias y naciones inglesas", revela Herbert Klein en su ponencia publicada en "Huellas de África en América", donde también explica cómo negros y mulatos libres fueron un elemento fundamental en los ejércitos de países como España y Brasil.
Pero así como cada país tiene sus historias particulares respecto de la esclavitud y su abolición, también existen rasgos compartidos en torno a este fenómeno en América.
"El régimen legal heredado de España medieval regulaba y, en cierto sentido, promovía la manumisión de los esclavos y la posibilidad de casarse con personas libres e incluso de otras razas, si bien los amos estorbaban muchas veces el ejercicio pleno de estos derechos", explica Cussen respecto de las similitudes de esta práctica en el continente. "Los esclavos en todas partes también se reunían en las cofradías, agrupaciones patrocinadas por las parroquias y conventos, que les ofrecían la posibilidad de juntarse con regularidad y con mínima supervisión a tejer redes sociales y una identidad común, honrar su santo patrón y apoyarse de forma material y espiritual a la hora de la muerte", detalla la historiadora.
A pesar de que la compilación revela aspectos desconocidos y novedosos de la presencia africana en América, la autora recalca que aún quedan muchas aristas por investigar, lo que ha motivado a las nuevas generaciones de historiadores a saldar esta deuda histórica. Según su opinión, el escaso estudio de este tema no sólo se debe a que en Chile la presencia indígena era muy fuerte en términos numéricos y territoriales en comparación con la población negra. También advierte que ha existido una dificultad de varios países americanos de asumir su herencia africana.
"Sin duda, ha sido bastante difícil para algunas sociedades reconocer la presencia histórica de los africanos y sus descendientes. En los países de América española continental, la identidad nacional está construida sobre la base de que los habitantes son descendientes de españoles e indígenas. El hecho de que alguna parte de la población lleva en sus venas sangre africana y que sus antepasados fueron mercadería humana no encaja fácilmente con esta visión de la nación mestiza", señala Cussen.
Su texto, sin embargo, es un primer paso para superar los prejuicios y miedos que por siglos mantuvieron a esta parte de la historia de Chile en el olvido.
Raza y color en el mundo colonial: nuevas y necesarias perspectivas El liberto negro Manuel de Amat había nacido hacia 1750 en Angola, siendo capturado por "otros negros" y luego "bautizado" para ser vendido en Buenos Aires. Esclavo doméstico durante gran parte de su residencia americana, Manuel es manumitido por su ama española, dedicando los años siguientes de su vida a reunir dinero para "rescatar" a su esposa, sujeta aún a la condición servil. En su testamento, Manuel se describe a sí mismo como "pardo", es decir mulato, y no como negro. El eufemismo revela una autopercepción distinta a su estatuto racial objetivo, una negociación entre la identidad africana y la europea.
En efecto, las ideas sobre raza y color en el mundo colonial ibérico admitían una cierta capacidad de acomodo , y no siempre coincidían con la apariencia del individuo. Las "pinturas de castas" del siglo XVIII procuraron establecer una taxonomía de las mezclas entre indios, negros y europeos, y documentaron combinaciones tan heterodoxas como "morisco" (mulato con española), "chino" ("morisco" con española), "salta atrás" ("chino" con india), o "lobo" ("salta atrás" con mulata).
Se ha discutido si estas tipologías tenían una aplicación real en las colonias, o bien si se trataba de una elaboración puramente teórica. En cualquier caso, dan cuenta del ascenso y proliferación de los grupos de mestizos y mulatos libres, las así llamadas "castas", que tendrán un lugar crucial en la formación del artesanado y del bajo pueblo latinoamericano. Las castas constituyen así una zona gris -a menudo escasamente contemplada por la legislación de la época- entre los dos polos originales de la sociedad colonial: la "República de Indios" y la "República de Españoles".
Nacido "negro cafre o bozal" y muerto "pardo cristiano", de Amat es también prueba de una aculturación exitosa, un "blanqueo" que llevará a gran parte de los descendientes africanos a ser absorbidos por las sociedades nacionales tras 1810.
Aporte esclarecedor
Celia Cussen ha reunido en "Huellas de África en América: perspectiva para Chile", una serie de artículos especialmente esclarecedores. Cada uno de los ensayos proporciona una perspectiva, cuando no inédita, sí necesaria y penetrante. Los autores del volumen abordan el comercio negrero atlántico y las formas que asumió la esclavitud en las Américas, así como las sociabilidades pública y privada entre amo y esclavo. En no menor medida, el estudio colectivo se concentra sobre la transición histórica entre "negros" y "castas", proceso en el que convergieron la manumisión, la emancipación legal y el mestizaje.
El itinerario probable de un liberto negro después de 1810 -nos recuerda la investigadora Carmen Bernard- era integrarse al artesanado o escalar posiciones una vez enrolado en las milicias de la Independencia. Impedido de cursar la carrera eclesiástica o de entrar en las universidades, el Ejército constituía, incluso para el siglo XVIII, una interesante vía de ascenso social. Pero la integración de los ex esclavos dependía, drásticamente, de los escenarios jurídicos y económicos en que se hubiera desarrollado el régimen de trabajo servil. La esclavitud podía tomar así un carácter doméstico o urbano, o bien adquirir un perfil de enclave rural, como lo eran las plantaciones de algodón o caña.
Herbert Klein examina las diferencias entre las instituciones esclavistas de América Latina y Estados Unidos, sociedad caracterizada por un mayor aislamiento de su población afrodescendiente a través el siglo XIX. Pero la influencia de la plantación capitalista -opina Klein- no siempre resulta determinante para juzgar la futura segmentación de los negros libres. En las repúblicas latinoamericanas -donde también existieron plantaciones, por ejemplo Brasil y Cuba- el "color" era un marcador de estatus, si bien modulado por otros marcadores, por oposición a Estados Unidos, donde el "color" era el marcador fundamental. De ahí el "éxito relativo" de las sociedades criollas en absorber a su población negra.
En este sentido, Chile parece ser un caso extremo, careciendo de rastros culturales o sociales que testimonien una anterior presencia africana. Tradicionalmente subestimada, la cifra de esclavos negros en Chile -esclavos indios los hubo nominalmente desde 1608- era tan considerable que en los censos del siglo XVIII sumaban la cuarta o quinta parte de la población total. Cien años después este contingente se diluiría casi sin huellas, absorbido en los estratos inferiores del pueblo. Cabe especular que los motivos para esto se encuentren -según Cussen- en la singularidad que representó la Guerra de Arauco. La crónica beligerancia con las huestes al sur del Biobío habría engendrado solidaridades personales entre esclavos (negros) y amos (blancos), propiciando una espontánea política de manumisiones.
Cofradías y cultura ecléctica
Un mérito adicional de "Huellas de África en América" concierne al estudio del origen tribal de los esclavos, y su posterior recomposición en las "cofradías de negros", grupos de feligreses con devociones particulares, asociados al culto de una iglesia o parroquia. Desde luego, el problema de la pertenencia étnica de los esclavos, más allá de su calificativo común de "negros", plantea un auténtico rompecabezas.
Tan temprano como en 1627, el jesuita Alonso de Sandoval identificó las eventuales procedencias de los "bozales" que desembarcaban en Cartagena de Indias. Pese a la gran variedad que registró Sandoval, las denominaciones genéricas de negros Congo y Angola fueron las que, sin ser exactas, finalmente prosperaron.
Las cofradías de negros retomaron esta tradición y congregaron a los cautivos en gremios religiosos asociados tanto a Angolas como a Congos, si bien ahora el vínculo era más metafórico que real. La existencia y continuidad de estas hermandades devocionales permitió el desarrollo de una cultura ecléctica, con elementos animistas y católicos. Manifestaciones musicales y dramáticas tuvieron lugar en este contexto, y fueron el embrión del cual emergieron expresiones típicas latinoamericanas.
El volumen editado por Cussen cierra con un significativo epílogo. Se trata de la peripecia de la fragata negrera "Trial", naufragada en las costas de Concepción luego de un motín de esclavos. El episodio fue recuperado por Melville y transcrito en clave novelesca en "Benito Sereno", narración emplazada en el litoral chileno. La historiadora Javiera Carmona lleva a cabo una reconstrucción conjetural de los amotinados, en especial de su líder, posiblemente un negro islamizado y semialfabeto. Al contrario del "pardo" Manuel de Amat, el negro Babo de Melville acaricia la extraordinaria idea de secuestrar un barco y regresar a un África apenas recordada.
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